Recordando a Mario Benedetti

Wednesday, November 30, 2005

KOLABORA KON LA POLICIA



Viñeta de J. Kalvellido

Pueden visitar su página web: www.kalvellido.8k.com y la entrevista en: www.rebelion.org

Sunset Boulevar



TEMPERA BINARIA
OBRA DE ALVARO ANTON


Nadé en tu boulevard de sexo y drogas
como un pez bohemio y triste.
El incienso clandestino
abofeteaba los ánimos impetuosos
de los jóvenes inquietos
y con arrebatos de cuervos siderales
se abalanzaban en la noche,
oscuros kamikazes del vicio.
Me fui absorbiendo
en tus fluidos sepulcrales
que olían a semen de canela,
a humo depresivo y facineroso,
que se adherían viscosamente
a los miembros del espíritu.
Vi tus estatuas de celuloide:
falos de pronombres ya ciegos
al ámbito de la vida,
reían con falsas sonrisas de cartón
y pegatinas de bronce.
Sus colores herían el cielo nocturno,
y ante el afán de mis miradas
por desnudarle sus secretos
se hicieron sombras
y pájaros de altos vuelos.
Quedé con una máscara, una voz,
y cientos de preguntas jactanciosas
con sus espaldas mojadas de saliva.

Daniel Montoly/© 2002

Wednesday, November 23, 2005

Esta corporeidad

Esta corporeidad mortal y rosa,
donde el amor se inventa su infinito.
Pedro Salinas

Ella es mortal y rosa, pájaro de fuego vestida con plumas
asesinas, lengua flagrante que devora nuestras
espaldas, nuestros hombros, nuestros muslos.
Ella es mortal y rosa, destroza nuestros sexos
blanquecinos.
A caballo entre historias y leyendas, arrasó un nido de
palomas, estranguló gorriones entre sus manos de plata, bebió de
los venenos de Marte.
Rubia.Ceniza de los infiernos, huracán alegre
y torrente de palabras que se agolpan en su boca.
Fuente de las ansias infinitas, diosa por una noche, por un
día, el abismo corporal que desata las iras mas infames, la
reina mortal y rosa, rubia ceniza de los infiernos.
Quiero morir despacio, hasta contemplar su
sombra definitiva, la gracia de sus gestos entre miradas
torturadas, el abanico de pasiones que desata en cada paso que
da.
Esculpida en mármol blanco, mamífero sin
ombligo, samaritana a reacción de metrópolis indefensas, pupila
de vidrio punzante que nos persigue cada noche.
Inventar la receta del éxito, el beso de hielo
salvador, nuestras conciencias, nuestras almas muertas bajo sus
piernas de cera sagrada, el golpe certero y final que nos
instale bajo sus venas de fuego.
Rubia.Ceniza de los infiernos, pastor cruel
que aniquila a sus corderos, poema inacabado que madura la
fruta mas temida, Hay si Lorca te viera, pues Federico lo sabia
bien: un muro de malos sueños me separa de los muertos.

Alvaro Antón.

La paz milagrosa.

 

La paz milagrosa.

Se levantó al llegar otra vez al mismo número de avemarías con sus repectivas glorias, tal como le habían enseñado en el catecismo.

Se llenó de pánico al escuchar las bruscas resonancias de las pisadas acercándose al dormitorio.
Cerró los ojos. Sus inocentes manitas cubrieron el lugar ofendido. Se sintió sucio mientras miraba al cielo con otros ojos.


Daniel Montoly © 2002

Sunday, November 13, 2005

EL BAUTIZO DE AGAPITO.



OBRA: PROBLEMAS DE MEMORIA
AUTOR: ALVARO ANTON.
EL BAUTIZO DE AGAPITO.

Las noches son inequívocas piezas de hojalatas negras en los junios sin fechas de la isla. Se pintan con acrisolados matices por las nocturnales veredas de la luna, que como vaca berrenda salpica el cielo. Los luaces abandonan su anonimato entre la corteza sideral del universo y estimulados por los sudorosos cantos de las salves como también por el estruendo producido por los atabales. Se regocijan nuestros alientos borrachos de inquietudes en las vulvas de las bokores. Nuestras mejillas, gordas de sueños, ríen, en la dentadura de la desesperanza de los ojos de los asistentes a la ceremonia de la cofradía. Resuma en definitiva por los alrededores la tristeza, escudándose en la inmutabilidad de los híbridos bambúes del trópico y de la mágica secuencia de la brisa. Los oscuros danzarines bailan como crudas estatuas hechas con lágrimas aborígenes, con leche y lodo arrancados de otras tierras.

Sus furúnculos visuales se desprenden de los cuerpos, para incrustarse en los óvulos renegridos de la sibila nocturna. Exorcizan ansiedad, dopando sus tristes córneas con esteroides de atabales, con guarapo fermentado y con las voluminosas caderas de las bailarinas. Danzan verticales sus espaldas solitarias. El viento repite a capela las voces por tantos siglos reprimidas a fuerza de látigos y con extenuantes jornadas de trabajo en los cañaverales. Los negros diafragmas emiten conjuros serpentinos, recrean respuestas en los arcos de duda ancestrales con vudú y bailes frenéticos. Guardo mi rostro entre parábolas de girasoles mustios y sonrisas de aguamarina de mujeres, que encierran entre sus senos la primitiva belleza de las primeras deidades adoradas por el hombre. El eco se lleva y trae las voces, meciéndolas en su vientre masculino. Un anciano toma mis manos y las entrecruzas con las suyas, ajadas por la edad como también por la dura faena de cultivar la tierra para el disfrute de otro.

¡Candelo! ¡Candelo! Candelo ayeye, ayeye, ¡Candelo!, ¡Candelo! Ay! Candelo guarembé.

Resuenan las voces a coro siguiendo la guía del sacerdote mayor. El ambiente se satura de almizcle por la entrega desenfrenada al fervor de la alegría. Los primeros inducidos al trance se arrastran por el suelo, haciendo contorsiones corporales como culebras humanas: dudosos acertijos para la lógica del grupo de estudiosos que estamos presente entre la muchedumbre. La atmósfera se diviniza con el misticismo de los cantos, el aura de los árboles y por los constantes aleteos de los pájaros entre las ramas de los árboles. Son las voces de Los luaces dando su aprobación a la ceremonia. Los sacerdotes con vestimentas de color oro y luciendo ojos de ámbar en sus cuellos, ofrendan rituales y sacrificios a las ánimas sagradas, que moran en el agua, en un cuenco de coco repleto de sangre hasta los bordes.

-La fe lo justifica-, dice a mi lado alguien mientras las huellas silenciosas hunden su oscuridad en los tambores, despertando de la vigilia solar las soñolientas estrellas del letargo. Ingiero un sorbo de un misterioso líquido que me ofrecen. Una rara mezcla de miel de abeja con Agua de Florida y refresco rojo. Me desmayo y extraigo del éter difusas imágenes de mi infancia y algunas otras escenas con deformaciones y disfrazadas de cordura. Acepto el folclor y el colorido cultural de mi raza. Se van apagándose las voces juntos a las luciérnagas mágicas de la foresta, y el cielo, aún su boca abierta deja percibir sus dientes de oro. Su brillo es algo difuso. Satisfecha mi curiosidad, soy uno más de los tantos hijos que han recibido el bautizo en la iniciación de los sagrados misterios.

Atesorado secreto cultivado generación tras generación para perpetuar la herencia de nuestro sincretismo religioso, incomprendido e implacablemente, avasallado por quienes lo consideran una bárbara expresión de la superstición de los pueblos primitivos. Culpable de su pobreza y atraso, pero saben, perfectamente, que los verdaderos responsables son ellos, que todo estos siglos han venido, saqueando las riquezas naturales de los pueblos pobres. Las lenguas del fuego se van extinguiendo en el improvisado fogón, los asistentes comienzan a dispersarse por los densos caminitos que conducen de vuelta al pueblo.

Yo, intento ponerme de pie para marcharme, pero no puedo evitar la sensación de preguntarme. ¿Adónde iré ahora que soy otro? Con cuatro palmadas me sacudo el polvo que traigo adherido en las nalgas. Ya con la claridad observo la carretera, es larga y con lepras de baches por doquier. Quisiera quedarme a dormir entre la foresta, pero tengo que volver al pueblo, a mi cátedra de antropología, antes que mi repentina ausencia termine por denunciarme entre mis compañeros de trabajo. Ellos apelan a la ciencia, y dicen no creer en nada que no pueda ser demostrado científicamente. Je, je je. Eso piensan ellos, esperemos a que pase un lapso de tiempo, y los espíritus en forma de lechuzas se les aparezcan por la noche en sus sueños, recordándole, que en la vida no exista nada más poderoso, que aquello que no se explica.

Puedo ver sus rostros e imagino el nerviosismo, socavando su entereza.
Daniel Montoly©