Recordando a Mario Benedetti

Monday, March 24, 2014

SIETE LÍNEAS PARA ESCRIBIR UN EXILIO

Corriste por todos los caminos
hasta comprender que el cielo no es azul
en todas partes.

-René Dayre Abella-



                                                                      A René Rodríguez Soriano


Lo vi que cabalgaba como una nube de brazo izquierdo, tal vez bajo el hechizo de una época sentimental creyendo que era justo rendirles honores a ellas, esculpiéndoles pirámides dedicadas a la belleza de sus piernas apócrifas. Siempre que lo veía llevaba un bolígrafo de optimismo en el bolsillo profundo de su guayabera de cuadritos tiesos, el cual era como el sacapuntas de sus novedosas ideas que terminaban apoderándose de los muslos de sus historias. Pintor con brocha de color melaza, anacoreta del mal decir, y exégeta del sentimiento ideado en torno al poder de la palabra. El colorido animal del sol se hizo fugaz cuando, tirano y caudillo, quiso censurar el vuelo de sus alas, echándole al calabozo del exilio que corroe el apetito creativo del apátrida, como sucedió como otros soñadores, por ejemplo aquél célebre escritor de “Los siete tigres”, que terminó como retrato póstumo colgado de las mandíbulas de uno de los felinos en un circo de cristal Murano en un viejo barrio londinense.
Mas él, hombre de peculiar estirpe sembró de mandarinas florecidas el asfalto de la distancia, perfumó las cuatro orejas de la negritud, preguntándole a la brisa por la diosa de las aguas, y ésta le concedió la magia de Merlín para que sacara palomas de las grises entrelíneas de un papel en blanco. La incólume claridad insular hizo un retrato suyo en el fondo telúrico de una taza de café estéreo, usando como carboncillo zurrapas de la inocencia y el transparente sudario de ser dentro de ser lo que se siente, y no lo que se piensa. Esa rara e inexplicable cualidad poseída por muy pocos, salvo aquellos que siguen todo el curso recorrido por las arterias en el cuerpo o aquellos que sienten las palpitaciones de su corazón al latir, en el árbol extendido de la manifestación cósmica.

Con el pórtico del crepúsculo cayendo sobre el fukú de la estatua del Almirante, las últimas garzas cruzaron el cielo imperceptible rumbo al noroeste buscando desesperadas llegar al gran nido, en donde las flores de “Sangre de Cristo” cerraron las puertas de sus rojas catedrales al público y los poetas comenzaron salir del ostracismo -del ruido- sordos como templarios u ocultistas para dar inicio al cenáculo con el riguroso blanco verdor de visiones alegóricas de “Una tarde de Verano” flotando en las aguas de las contradicciones propias del Caribe. 

Aquel fascinante confabulador de espíritus contenido por las letras, jornalero gráfico de iridiscentes imágenes, alquimista del perfume del mamey maduro describía en los royos vivos de su prosa rumores de peces encantados con sabor a guarapo de caña en el fondo, y el hondo paisaje de los conchos públicos, de donde muchas veces vimos que se bajaba una muchacha con el color de las montañas que "Se llamaba Josefina", cuyas piernas sin nada que envidiarles a las de María Félix terminaban por humedecer el reloj biológico intrínseco en la nomenclatura de tantos adolescentes empoderándose para siempre, con la fascinación de ser lectores empedernidos, buscando sacarle punta al lápiz dentro del cerco insular, tendidos por la furia teogónica de la pleamar.

Daniel Montoly

Obra del pinto dominicano, Cándido Bidó..

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