No es casual
“Aquí no se regala nada, no se vende nada, no se celebra nada… Entonces, ¿qué rayos está pasando? ¿Dónde está el misterio? ¿En qué consiste el poder de convocatoria de ese poeta, de esa poesía?”
por Ambrosio Fornet Nunca imaginé que la obra de Benedetti llegaría a parecernos un insólito desafío. El mundo ya está ordenado en lo que respecta a la valoración de la literatura. La expresión literaria puede verse como un medio de comunicación, cierto, pero un medio degradado, erosionado por el paso del tiempo, incapaz de competir con los audiovisuales, que son los heraldos de nuestra época. ¿Quién se atrevería a discrepar?
Pero de pronto esa sarta de lugares comunes con pretensiones lapidarias choca con un obstáculo, una verdad que tal vez nadie pueda formular mejor que Viglietti cuando afirmó, al evocar los recitales de su amigo: “Con sus solitos poemas convocaba multitudes”. Me consta que era así. Lo vi con mis propios ojos en la Casa de las Américas, en La Habana, y en el Palacio de Bellas Artes, de México, donde mi amigo Federico Álvarez y yo —después de abrirnos paso a codazos por entre los centenares de jóvenes que, desafiando una llovizna helada, trataban de entrar—, tuvimos que valernos de una artimaña para llegar hasta él.
Uno queda definitivamente inoculado contra la frivolidad y la docta palabrería cuando en esa situación se detiene un minuto a pensar: estos muchachos vienen a ver y oír a un poeta, a escuchar en su propia voz un puñado de poemas que quizá ya se saben de memoria…, y eso es todo. Aquí no se regala nada, no se vende nada, no se celebra nada… Entonces, ¿qué rayos está pasando? ¿Dónde está el misterio? ¿En qué consiste el poder de convocatoria de ese poeta, de esa poesía?
La única respuesta que se me ocurre debe ser falsa, porque alude a una transparencia, sin ninguna relación con misterios o poderes ocultos. Y no es una respuesta propiamente dicha, además, sino más bien una nueva pregunta, que está como soterrada en unos versos de Poemas de la oficina:
Montevideo quince de noviembre de mil novecientos cincuenta y cinco Montevideo era verde en mi infancia absolutamente verde y con tranvías muy señor nuestro por la presente… La pregunta, por insignificante que parezca, alude nada menos que al Destino: ¿estamos condenados a vivir en el mundo que nos tocó en suerte, y encerrados en nuestro irrenunciable pellejo? No. Somos animales memoriosos y hasta en las peores circunstancias, agobiados por la fatiga o la rutina, podemos asomarnos al más remoto paraíso. Somos animales que sueñan y que tienen, por tanto, la facultad de imaginar y proyectar utopías. También de luchar por ellas.
Si la felicidad insiste en “tirar piedritas” en tu ventana, ¿por qué no acabas de abrirla? El poeta da un paso más, abre la puerta y sale a la calle a “defender la alegría” porque ha descubierto, sencillamente, que no puede evitarlo, que “por más esfuerzos que haga /nunca podré llegar a ser neutral”. Las dimensiones del universo se ensanchan de pronto en todas direcciones al conjuro de esa palabra desnuda, a veces trémula, a menudo irónica, coloquial siempre, siempre portadora —para usar un adjetivo muy suyo— de una “incanjeable” autenticidad. ¿Tendrá esto algo que ver con la elocuencia emotiva, con la asombrosa capacidad que tienen unos simples “poemitas” para “convocar multitudes”?
Empiezo a sospechar que Benedetti nos está invitando a sosegadas relecturas en las que seamos nosotros mismos los que diseñemos el programa, el orden de articulación de los textos, tanto poéticos como narrativos y ensayísticos. Son uno solo, en realidad. Creo que también lo son —ya lo advertí hace años— los que forman, por ejemplo, Primavera con una esquina rota y La borra del café, que podrían leerse como una imaginaria trilogía autobiográfica si se les sumara el relámpago de Recuerdos olvidados. Ahí encontraríamos de nuevo la pregunta sobre nuestros límites y nuestras posibilidades, ahora pasadas por el dramático tamiz del exilio y el “desexilio” (término este último que él mismo acuñó para nombrar la irónica experiencia de la memoria desfasada, esa que nunca imaginó el oficinista de los tranvías).
No puede ser casual que a tan pocas horas de su muerte ya estemos emprendiendo nuestras operaciones de rescate, nuestras muy personales antologías de prosa y verso, nuestros irrenunciables “inventarios”. No es casual.
Reproducido de los archivos de La Ventana