por Daniela Saidman
Esta poeta uruguaya es uno de los estandartes de la literatura de Nuestra América de principios del siglo XX. Cuentan que temprano encontró el amor y por eso a los veinte años se casó con el capitán Lucas Ibarbourou. Se trasladó a Montevideo tres años después, donde vivió desde entonces. Sus primeros versos aparecieron impresos en diversos periódicos.
Lenguas de diamante (1919), El cántaro fresco (1920) y Raíz salvaje (1922), fueron sus primeros libros de poesía, en los cuales convergen versos modernistas de los que emergen imágenes y sensaciones, colores y sueños, pero en los que ya su voz era cuenco y tiento para todo lo que aún tenía por decir.
Los grandes temas de la humanidad están presentes en su obra. La búsqueda de la libertad, el amor, el tiempo, la vida que pasa y también la que queda, las cotidianidades y la trascendencia. Su voz fue encontrando en los versos las verdades y las incertidumbres de las tierras y sus gentes. Y el cuerpo tomó en ella la dimensión exacta de la caricia, del gesto que acompaña el desnudo, y a veces también, de la soledad sin aspavientos, de la soledad más sola. Tal vez por eso escribió sabiéndose divinamente humana, entera, pero también escindida de las agujas de un reloj que detiene el paso de las horas sobre el sueño batido entre las alas de las almohadas.
- Por el molino del huerto
Asciende una enredadera.
El esqueleto de hierro
Va a tener un chal de seda
Ahora verde, azul más tarde
Cuando llegue el mes de Enero
Y se abran las campanillas
Como puñados de cielo.
Alma mía: ¡quién pudiera
Vestirte de enredadera!”.
(Fragmento de “La enredadera”, del poemario Raíz salvaje).
En la América mayúscula, el vanguardismo irrumpía en las letras. Y poco a poco la poética de Juana de Ibarbourou se fue desvistiendo de poses para mostrarse cada vez más humana y más sensible. En La rosa de los vientos (1930) se adentró en esta corriente literaria, pero sin los fanatismos que muchos otros poetas blandieron desde el papel, sino más bien valiéndose de ciertas imágenes con las que pudo dejar al descubierto cada vez más honda, su voz de vida que estalla en cada mañana inaugurada de sol y de sombras.
- Si todas las gaviotas de esta orilla
Quisieran unir sus alas,
Y formar el avión o la barca
Que pudiesen llevarme hasta otras playas...
Bajo la noche enigmática y espesa
Viajaríamos rasando las aguas.
Con un grito de triunfo y de arribo
Mis gaviotas saludarían el alba.
De pie sobre la tierra desconocida
Yo tendería al nuevo sol las manos
Como si fueran dos alas recién nacidas.
¡Dos alas con las que habría de ascender
Hasta una nueva vida!”.
(Fragmento de “Las olas”, de La rosa de los vientos).
Los loores de Nuestra Señora y Estampas de la Biblia (1934); Chico Carlo (1944) y, en 1945, Los sueños de Natacha, son algunos de los libros de cuentos, con matices autobiográficos, que salieron publicados por esos años. En 1971 apareció Juan Soldado, donde recogió narraciones de diferentes épocas. Finalmente, cuando se reunió el hilo poético con Perdida (1950) ya el verso no se iría más.
En 1932, Juana fue la promotora de un concurso internacional que tenía como premisa dotar de una bandera a la Hispanidad, izada por primera vez el 12 de octubre de 1932, en la Plaza de la Independencia de Montevideo.
Juana de América, la poeta uruguaya, ocupó la presidencia de la Sociedad de Escritores de su país en 1950, y cinco años más tarde su obra fue premiada en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. En 1959 recibió el Premio Nacional de Literatura, entregado por primera vez. Entre sus poemarios posteriores se encuentran Azor (1953), Mensaje del escriba (1953), Romances del Destino (1955), Angor Dei (1967) y Elegía (1968).
La obra de Juana de Ibarbourou será siempre una tregua, un instante de calma, donde la amorosa serenidad de la pasión y la soledad que nace en los espejos recuerdan la vida, la vida vivida y la que tal vez aún queda por vivir.
- Crecí para ti.
Tálame. Mi acacia
implora a tus manos su golpe de gracia.
Florí
para ti.
Córtame. Mi lirio
al nacer dudaba ser flor o ser cirio.
Fluí
para ti.
Bébeme. El cristal
envidia lo claro de mi manantial.
(Fragmento de “El fuerte lazo”)
Extracto de Historia de la Literatura Uruguaya
por Ida Vitale
En Juana de Ibarbourou, gradualmente, el paisaje se transforma en comprobación tenaz de lo natural, en búsqueda de lo concreto, no del símbolo o del simulacro, sino de la suma de elementos verídicos y verificables, esos mismos que una mirada simple descubre en el contorno. A través de toda su obra poética, la autora es fiel a ciertos temas; algunos, aunque no sean exclusivamente privativos de ella emanan de una experiencia vivida, que no comparten necesariamente otros poetas.
Los años pasan, la muerte toca en torno y se lleva los amores mayores y empieza a verse sola, y esta soledad se le hace anticipo de otra soledad más radical.
(Ida Vitale, poeta y crítico uruguaya, 1923)
1 comment:
Es lo que pienso, Juana y su "llegar" haciendo que en sus palabras nos crezcan hiedras.
Gracias por tu blog, es un brillante.
Alicia
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